miércoles, 6 de julio de 2011

UNA CUESTIÓN DE ETIQUETADO

Nos estamos convirtiendo en consumidores natos. Consumidores de marcas, no de productos. La publicidad se encarga de recordarnos la importancia de no comprar sin ton ni son, o lo que es lo mismo, de no "conformarnos" con las denominadas marcas blancas, que a todas luces son de calidad muy inferior a otras marcas de renombre...al menos, inferior en cuanto al precio se refiere.
Pero menos mal que existen las campañas publicitarias para que no caiga en el olvido no sólo la importancia de decidirnos por una etiqueta determinada en detrimento de otras, sino además, que como sociedad "civilizada" y "avanzada" que somos, no podemos conformarnos con las necesidades básicas de todo ser humano. Hemos de ir más allá y ampliar horizontes...así como el abanico de necesidades. De esta forma, cuando una tiene la oportunidad de visitar algunos países, que no siguen esta dinámica de funcionamiento consumista, nos echamos las manos a la cabeza porque "los pobres no tienen ni grandes superficies en las que ir a pasar el fin de semana y gastarse los pesos" (¿¿??).

Pero no quisiera continuar en esta línea. Por un lado, estoy siendo consciente de la connotación irónica y casi políticamente incorrecta que está tomando. Por otro lado, mi pretensión no va encaminada en ese sentido. Pretendía tan sólo poner un ejemplo acerca de cómo estamos asimilando la necesidad de colocar a todo una etiqueta, y lo que es aún peor: que determinadas etiquetas son peores que otras.

SER O ENTENDER

Me preocupa el desinterés que en ocasiones nos invade acerca del conocimiento del porqué de las cosas que nos rodean. ¿Qué tiene más relevancia? ¿SER de una manera (en el sentido de actuación) o ENTENDER por qué hemos llegado a donde estamos (y somos)?
Desde mi punto de vista, la respuesta podría resultar una obviedad: ENTENDER, por supuesto. Fomentar la comprensión para poder ser partícipes del cambio de aquello que no nos gusta, tomando un rol activo frente a aquellas situaciones de la vida que nos competen y nos interesan. Se trataría de olvidarnos del "dejar que me hagan" y fomentar el "me apetece hacer", tomar las riendas de la vida, trabajar nuestra propia responsabilidad. No delegar en una pastilla lo que en realidad es asunto nuestro.

Pero este cambio tengo la  impresión de que va a requerir un tiempo, más o menos largo.... pero largo al fin y al cabo.

Cada vez que impartía un curso de "Control de la Ansiedad", acaba saliendo este tema especialmente porque comprobaba cómo diversas etiquetas estaban haciendo mella en las personas que las "padecían" sobre sus hombros (y en todo su ser). ¡¿Cómo poder tomar responsabilidad sobre uno mismo si resulta que soy "Vago",  "Nervioso",  "Depresiva", "Débil", ..."Enferm@"?!

Una etiqueta colocada en algún momento de nuestra vida (curiosamente, a veces incluso antes de nacer: "ya era inquieto hasta en la barriga") desde ámbitos informales, como la propia familia, o más formales, como la escuela o el trabajo, es un lastre que pesa. Y puede acompañarnos a lo largo de toda nuestra existencia si no ponemos remedio para deshacernos de él.
Y la forma más adecuada para deshacernos de este lastre es precisamente realizar un análisis introspectivo acerca de hasta qué punto tiene razón de ser seguir manteniendo esa condición como parte de nuestro carácter inamovible, o más bien se trata del resultado de focalizar la atención sobre aquello que hacemos y que tiende a confirmar dicha etiqueta. Por ejemplo, ¿a quién no le apetecería estar un día entero tirado en el sofá? Pues si lo hace un "Vago", interpretamos que lo hace porque es su condición. Si lo hace un "Trabajador", es porque lo necesita...¡pobrecito!. Sin embargo, es un deseo que puede tener todo ser humano en algún momento (y si no es así...debería de serlo ;-))

¿SOY UN ENFERMO O TENGO UNA ENFERMEDAD?

Este trabajo de etiquetado no sólo es impuesto, sino que además suele ser solicitado por la propia persona, como si se hiciese necesario poseer una definición externa de lo que somos para llegar a conocernos mejor a nosotros mismos. Quizá sea el resultado de una educación poco basada en fomentar la autonomía y el autoconocimiento. Hacer ver que te conozco mejor que nadie y actuar en consecuencia a esta creencia, más que preguntarte qué necesitas, qué te gusta, qué expectativas tienes, qué te desagrada, ...cómo sientes.

En la clínica no me gustaba decir el "nombre oficial" que podía ser concluído tras el proceso de evaluación (salvo petición de informe oficialmente). Prefería explicar qué pasaba, ejercitar la reflexión junto con la persona en cuestión los motivos por los que había llegado ahí (para deshacerse de lastre autoinculpatorio en muchas ocasiones) y de manera especial, trabajar lo único que sí que podemos manejar: nuestro presente. Esto se vuelve complicado, especialmente cuando ya viene con una etiqueta debidamente colocada por otro profesional (normalmente médico de familia), y más difícil aún si a esa etiqueta le van colocados apellidos tales como "crónico", "medicable" o "hereditario". Aún así, algunos que no habían sido previamente etiquetados, lo solicitaban voluntariamente. Y el problema no es tanto que soliciten "dime qué tengo", lo cual puede resultar lógico, sino que una vez dicho "eso que tienen", empiecen a comportarse conforme a lo que se supone que es una persona con dichas características.

No quiere decir esto que si no poseemos un nombre a lo que nos sucede, el problema deja de existir. Lo que sí puede resultar significativo es el cambio de actitud que se puede experimentar. Me explico. Yo tengo una enfermedad (con apellido "crónica"): asma. Pero no soy asmática. Sé que debo llevar conmigo el salbutamol por si acaso, pues lo suelo necesitar prácticamente a diario, que hay ejercicios de cierta intensidad que no me convienen y que más me vale no volver a retomar el hábito de fumar (abandonado ya hace casi 6 años). Pero esto no altera en realidad mi vida, porque no me comporto como una persona enferma, sino como una persona que tiene una enfermedad y actúa en consecuencia. He conocido a personas que con menos afectación física de esta enfermedad se comportan como auténticos mártires del sufrimiento. Y no merece la pena...la vida es para vivirla, no para sufrirla.


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